Había
decidido permanecer inmóvil, observando detenidamente el reciente
hallazgo: detrás de aquellas gafas metálicas para corregir una
miopía evidente, aquel traje informal en tonos azules y la ridícula
corbata anudando el cuello de una camisa asalmonada, se escondía sin
lugar a dudas la huella del señor Ji Chin, una máquina de aspecto
humanoide que había conseguido penetrar en el salón donde se reunía
el Politburo de los planetas de nuestra constelación.
Yo
sólo era un simple fotógrafo, pero al analizar las imágenes vi
como el sensor 'sonreír' de mi cámara estaba haciendo capturas
constantemente del hasta entonces individuo. «Ningún ser es capaz
de ser tan feliz en un momento como este» me dije, pero no reaccioné
en su debido momento, el invitado se percató de ello y decidió
poner en marcha el maléfico plan para el que había sido programado.
Sin
más dilaciones dio comienzo el baño de sangre y aceites
industriales, abrió contra todos los humanos y los androides que se
disponían a firmar el pacto (…), el cañón que le salía del
pecho apuntó directamente a la presidenta y creo que fotografié el
momento en que la sangre salpicó el escudo que había estado antes detrás
de ella y que ahora simplemente estaba, era ella la que había
desaparecido.
Sentí la mezcla del horror y la fascinación, ya que aquel dispositivo iba a
reducir a la nada todos los esfuerzos por el Tratado de No Guerra, de una
forma perfecta, llena de macabros detalles. Sin lugar a dudas Ji Chin había realizado la obra culmen de su vida: un
refinado robot tan capaz de sonreír y agradar, como del holocausto
que estaba imponiendo. Y allí estaba yo, enviado como fotógrafo
suplente después de que Flinner, el principal, estuviera
convaleciente por aquella extraña alergia.
31/03/2018
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